Aun considerando que “los EPs provienen por lo general de los LPs, tomando cuatro de sus temas y poniéndolos juntos en un único disco”, a comienzos de 1958 las ventas de Extended Plays habían crecido lo suficiente en Estados Unidos como para llevar a la revista Cashbox a proponer desde sus páginas la grabación de temas específicamente destinados a ver la luz en este soporte, al objeto de consolidar su gran atractivo entre el público teenager y estimular, al mismo tiempo, su implantación en el lucrativo mercado de las jukeboxes.
Y es, precisamente, este agradecido formato el que los asturianos The Colt Miners han escogido para dar forma a un debut discográfico que, editado por el sello malagueño Sleazy Records, fue publicado a finales del pasado 2019 si bien no ha sido hasta ahora, y por pura casualidad, cuando ha llegado a nuestras manos, pasando así a convertirse en el primer disco reseñado en este blog.
Aunque nacidos primeramente como The Folsom Three en 2016, la formación de The Colt Miners no ha variado lo más mínimo desde entonces. Así, Alex Cash (voz y guitarra acústica), Bobby Gonzales (guitarra eléctrica) y Hugo Menéndez (contrabajo) son los encargados de ejecutar, con las dosis precisas de maestría que exige la parquedad instrumental de su propuesta, los cuatro cortes incluidos en este siete pulgadas que gira a 45 revoluciones por minuto. Todos ellos, además, originales.
Por un lado, “KawLiga’s Revenge” construye sobre acordes menores una historia que recupera al tótem indio protagonista del primer hit póstumo de Hank Williams; adornado con un efectivo riff de guitarra y un estribillo que deja reminiscencias del “All I Can Do is Cry” de Wayne Walker, el tema está bien construido y resuelto de principio a fin, convirtiéndose en una acertada carta de presentación para abrir este trabajo e introducir a la banda. A continuación, la preciosa - y familiar - melodía de “I Don’t Wanna See You Anymore” deviene en una firme petición de espacio personal al tiempo que reduce ligeramente la marcha, permitiendo el brillante lucimiento en los solos de guitarra eléctrica y contrabajo. En la cara B, “(The Ballad of) Marylin” destroza ya desde la enérgica intro cualquier suposición previa basada en su título, convirtiéndose en un feroz rockabilly à la Burnette en el que la guitarra va respondiendo a la desesperada llamada de la voz pidiendo amor mientras el slap marca, incansable, un ritmo constante y frenético. El broche de oro lo pone “Take My Rockabilly Rhythm”, que desde su entrada de guitarra acústica sigue el camino marcado por Elvis, Scotty & Bill en Sun y enlaza una estrofa final al estilo de "Baby Let's Play House" con un bronco, seco, directo y, sin duda, acertado remate: “one, two, one, two, three… That’s all!”.
En conjunto, y a pesar del fallo de impresión en el label (la etiqueta de ambas caras aparece señalada como “A” y muestra los mismos títulos), nos encontramos ante un trabajo interesante y equilibrado que conjuga a la perfección todas las influencias presentes en el primer rockabilly, haciéndolo muy recomendable para cualquier oído interesado en la música americana de raíces.
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